Policiales

Sobreseyeron a un hombre que mató a otro de cuatro tiros en defensa propia

La Justicia consideró que Alejandro Sebastián González disparó para salvar su vida, debido a que había sido emboscado por un grupo de vecinos que querían asesinarlo. Hubo un enfrentamiento en el que recibió tres balazos e hirió de muerte a Nicolás Andrés Romero, quien falleció más tarde en el Hospital Interzonal General de Agudos.

A Alejandro Sebastián González (29) se la habían jurado. A pesar de que todos, él y los otros, eran conocidos del barrio General Pueyrredon, la situación se volvía cada día más tensa hace exactamente un año.

Según contaría después a la Justicia el propio González, los problemas con otro grupo de vecinos encabezados por “El Gordo Emi” se habían producido por discusiones vinculadas a la convivencia. Pero no se trataba de inconvenientes naturales como, por ejemplo, la utilización del cesto de basura de la casa de al lado sin permiso, o la falta de empatía para retirar el excremento canino de la vereda lindante.

El enfrentamiento había tenido su génesis una noche en la que desde la casa de la familia González se oyeron constantes detonaciones al aire. “Ale”, como lo conocían en la zona, salió a la calle también armado y dispuesto a enfrentarse con quien fuera. En ese momento, tal vez por la paranoia que le causaba su adicción a las drogas o simplemente debido a su estado de alerta frecuente, sospechó que los tiros eran una provocación hacia él.

Fue entonces cuando decidió apersonarse en el domicilio cercano y plantear la incomodidad. Por supuesto que la situación no se resolvió, tampoco, con un pedido de disculpas. Sólo empeoró las cosas y provocó que el encono mutuo pasara a mayores. Desde entonces, las miradas desafiantes, los gestos de violencia contenida y hasta las amenazas a través de terceros se multiplicaron y el final ya no podía ser pacífico.

En los días previos al 6 de mayo de 2019, “Ale” supo que “El Gordo Emi” y sus amigos habían increpado y golpeado a dos de sus hermanos menores. En esa circunstancia, además, les repitieron a ellos que iban a matarlo a él.

Lejos de tomar distancia y esperar que el paso del tiempo calmara las aguas, cerca de las 11 de la noche, y como si se tratara de una película de suspenso, “Ale” se dejó vencer por su necesidad física y psicológica y salió de la casa en la que se encontraba, propiedad de su novia y emplazada a dos cuadras de la suya. Sin dudarlo, enfiló hacia un point de venta de estupefacientes que se ubicaba a pocas cuadras de su domicilio. Un conocido se sorprendió al verlo y le cuestionó su presencia allí. “¿Qué hacés acá? Estás loco, te van a matar”, le dijo. Pero González continuó su camino y llegó al lugar al que se dirigía.

En ese inmueble, uno de los tantos que existen en las periferias de las ciudades grandes para robarse el futuro de quienes sienten todo el peso del presente en sus espaldas, otra vez oyó reproches. Si bien el “dealer” lo hizo pasar, le espetó que pagara y se fuera rápido. “No me traigas problemas a mí acá, yo no quiero tener nada que ver”, lo apercibió. Sin embargo, y muy a su pesar, ya era tarde: ambos escucharon la frenada de un auto en la calle, a pocos metros, y supusieron lo peor.

Entonces el vendedor de drogas, quien luego declararía como testigo en la causa –claro que sin reconocerse a sí mismo como vendedor de drogas- repitió: “Tomatelás, dale, salí de acá”. González, consciente de que no tenía escapatoria, le pidió que lo ayudara. “Aguantame acá, loco, no me voy a regalar”, le contestó. En pocos segundos, el “dealer” tomó una decisión: extrajo un arma de fuego y se la dio su cliente. “Es lo único que puedo hacer por vos, tomatelás, dale”, fueron sus últimas palabras.

Balacera

“Vení, vamos a hablar. No te voy a tirar”, dijo “El Gordo Emi” desde el interior del Chevrolet Corsa Classic de color gris que estaba estacionado en la esquina de Güiraldes y Pehuajó. “No me voy a regalar”, contestó González. Los ocupantes del vehículo le insistieron y esta vez su reacción fue acercarse algunos pasos. Sin embargo, desde aquella distancia, pudo ver que las personas que le hablaban portaban armas de fuego y decidió darse media vuelta e irse en sentido contrario.

Pero de frente se encontró con otros hombres que, cayó en la cuenta en ese mismo momento, estaban junto al grupo de “El Gordo Emi”. Entonces ya no hubo palabras: sólo tiros y más tiros.

En su posterior declaración ante el fiscal Alejandro Pellegrinelli, González dejó constancia de que fue allí que sintió el impacto de un proyectil en una pierna y cayó al piso. Entonces, desenfundó el arma que le había suministrado el vendedor de drogas y comenzó “a disparar para todos lados”.

A los pocos segundos, la balacera cesó y en medio del silencio alguien gritó: “Me dieron, la concha de su madre. ¡Ayúdenme!”. Esa frase fue escuchada y reproducida ante los investigadores por los testigos que declararon en la causa. “¡Le dieron a Nico, le dieron a Nico!”, exclamó otro de los presentes, según el mismo testimonio. En un breve lapso, se oyó que alguien ponía el auto en marcha y una persona que observó la secuencia señaló que fue entonces cuando los enemigos de “Ale” cargaron a Nicolás Andrés Romero en el Corsa y se lo llevaron de aquél sitio.

Poco después, desde el Destacamento Policial del Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA), notificaron a las autoridades que Romero había ingresado al nosocomio por sus propios medios con cuatro heridas de arma de fuego. También informaron que a pesar de los intentos de los médicos por reanimarlo había muerto.

“Me quedé tirado esperando a ver si me moría”

El que no falleció a pesar de la impresionante emboscada que había sufrido fue González. El ataque le ocasionó, a él también, cuatro heridas de bala: dos en las piernas, una en el pecho y otra en un hombro. Pero sobrevivió.

“Me quedé tirado esperando a ver si me moría”, explicaría luego ante el mismo fiscal Pellegrinelli, desde su cama del HIGA, en el que pasó dos meses internado y bajo custodia policial. Y agregaría: “Como vi que seguía vivo y que ya se habían ido todos, me levanté y entré de nuevo (al point)”.

De acuerdo a la reconstrucción total del caso que hicieron los pesquisas, en base a las versiones de los distintos testigos, las pruebas recolectadas en el lugar y los videos con las imágenes tomadas por las cámaras del Centro de Observación y Monitoreo (COM), los efectivos de la comisaría decimosexta -que tiene jurisdicción en esa zona de la ciudad- llegaron a los pocos minutos al lugar.

González se había subido al techo interno de la propiedad a través de una escalera que luego había arrojado al piso para que nadie pudiera alcanzarlo. Tenía miedo y cuando escuchó las sirenas de las ambulancias y los patrulleros comenzó a pedir ayuda a los gritos. Al revisarlo, los médicos constataron que sangraba en distintas partes del cuerpo, como consecuencia de las lesiones que le habían provocado los balazos. Hasta tenía una bufanda con la que se había hecho un torniquete en una pierna para detener el sangrado. Rápidamente, dispusieron su traslado al nosocomio -el mismo donde se moría Romero- y así lograron compensarlo.

Con el paso del tiempo González se recuperó y en los últimos días, tras repasar el expediente completo en el que estaba imputado por “homicidio”, el juez Saúl Errandonea lo sobreseyó tras considerar que había actuado en defensa propia, haciéndole lugar al pedido de su abogado, Mauricio Varela.

El abogado Mauricio Varela había solicitado el sobreseimiento de su cliente, Alejandro Sebastián González, y días atrás la Justicia se lo concedió.

Custodia policial y una visita con amenazas incluidas

Durante los dos meses que pasó internado, Alejandro Sebastián González se debatió entre la vida y la muerte. “Le pegaron cuatro tiros y se salvó. Cualquiera se muere con uno solo”, contó una alta fuente de la investigación que dialogó con LA CAPITAL, tras conocerse el fallo del juez de Garantías, Saúl Errandonea.

El mismo informante recordó los hechos por dos detalles asombrosos: el primero, el sangriento episodio del tiroteo tal cual como lo contaron los testigos; y el segundo, por la visita que recibió González en el HIGA.

“Estuvo bajo custodia policial porque a pesar de que lo habían excarcelado a la semana del hecho, tenía que seguir en el hospital para curarse pero un día en el horario de visitas se apareció el que supuestamente lo había baleado y le dijo que no se preocupara que lo iba a matar igual”, confesó la fuente.

Según pudo saber este medio, el hombre que vertió esas advertencias fue señalado por el propio González como “El Gordo Emi”, y por ese motivo se iniciaron nuevas investigaciones para determinar su identidad concreta y detenerlo. A pesar de eso, hasta el momento no se han producido novedades y la situación parece haberse calmado.

Otra fuente del caso, en tanto, aclaró que González ni siquiera conocía a Nicolás Andrés Romero y que no sabe por qué esa noche de mayo de 2019 era parte del grupo que buscaba asesinarlo.

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